¿Por qué militás? Me preguntaron. Una y mil veces. ¿Qué te lleva a militar? ¿Qué te motiva? La pregunta se repite en cada persona que se entera de mi actividad. Lo más lindo, lo más interesante, es esa cara de preocupación con la que te miran. Lo más triste, supongo, la suspicacia de quien cree que te pagan por hacerlo. Pero bueno.
Recuerdo que cuando era adolescente y contaba que había salido la noche anterior, y me había tomado unos copetines demás con mis amigos, me miraban con la misma cara. Esa de no entender “que pasa con este pobre pibe”. Pero vamos por partes.
Soy un cuatro de copas. Siempre lo he sido, y probablemente siempre lo seré. No me interesa ser más que eso. No es por eso que escribo estas líneas.
Seguramente no es la mejor forma de describirme. Pero de esta manera me pueden conocer un poco más. Eso es lo que soy. Y ojo que no reniego de ello. Estoy orgulloso de ser un cuatro de copas.
No tengo título universitario, ni una gran formación. No soy un poderoso empresario, ni un editorialista culto. No soy una mente brillante, ni un político perverso. Pero sin embargo, como muchos de nosotros, tengo algunas cositas para decir sobre por qué milito.
Recuerdo, cuando era chico, que mi madre siempre me contaba historias de cuando era joven. Era hermosa (por las fotos que me mostraba), y vivía en un barrio muy humilde del conurbano. Vivía con mi abuela, vieja laburadora.
Mamá siempre tuvo esa sensibilidad particular para los que más necesitan. Apenas llegaban a fin de mes, y junto con mi abuela se rompían el alma trabajando para tener el plato de comida en la casa, o el mate para llenar ese vacío. El mate nunca faltaba. El mate era sagrado.
Sin embargo, ella siempre se hacía un lugarcito. Había una villa, y junto con un grupo de compañeros de la Juventud Peronista se organizaba para darle de comer a los chicos que vivían allí. Y esa era toda su militancia.
Recuerdo todavía como se emocionaba al contármelo. Qué bien le vendría a la Argentina más gente que solo se emocionara por eso ¿no? Simplemente por ayudar.
Pero algo pasó.
Una tarde como cualquiera, y mientras se encontraba dando una mano en la villa, un Falcon pasó a la carrera y disparó a mansalva. Sin medir nada, sin pensar en nada, por nada.
Solo por ayudar, casi la mataban.
Miedo. ¿Cómo superar al miedo? ¿Cómo vencer eso tan terrible que es el miedo? Y su miedo no era por ella, su miedo era dejar sola a mi abuela. Después de ese día, no pudo volver. Y no volvió a hacerlo. Su corazón estaba con mi abuela, y estuvo hasta el momento en que mi abuela nos dejo físicamente, y después también.
Mi mamá siempre me pedía lo mismo. “No te metas en política”. “Uno nunca sabe lo que puede pasar” me decía. Veía pánico en sus ojos. Eso es lo que habían generado en ella, pánico. Habían logrado que aquello que era puro amor por el prójimo, fuese visto como algo malo, peligroso, terrible. Y me lo pidió hasta el hartazgo.
Cuando Néstor asumió la presidencia en 2003, luego del primer discurso, sentí “algo”. Sin dudas no era consciente del cambio histórico que se estaba produciendo, pero “algo” había pasado. De pronto, me encontré defendiendo sus medidas, sus discursos, su política. Me encontré hablando, leyendo, me encontré informándome, formándome. Pero siempre desde el balcón. De lejos. Nunca tocando ese monstruo que era la política.
Luego llegó Cristina, e instantáneamente la 125. Y ahí cambió todo.
Ya estaba discutiendo, la defendí a muerte, y encontré en Internet, la herramienta para expresar todo eso que sentía, que brotaba. Hasta que de golpe, me vi en la calle, me vi en la Plaza de Mayo, me vi en el Congreso. Me vi, y me gustó lo que vi. ¿Cómo explicarlo en casa? No lo hice. Me callé. Aunque estoy seguro que ella sabía dónde estaba.
Luego de la 125 se hizo imposible contenerme. A las escondidas, lo iba a ver a Néstor, o a Cristina, y hasta algún que otro político que armaba un acto en apoyo, por ahí andaba yo. Sin agrupación y sin una militancia. Pero por ahí andaba. Ya para ese entonces, la enfermedad de Mamá comenzó a empeorar, y la cosa se ponía negra.
Ella ya sabía que a veces iba a algún acto, y no le molestaba eso. Pero insistía con que no entrara en ningún partido. Y le hice caso. Los seguí a Néstor y a Cristina, solitaria y esporádicamente. Y en todo ese tiempo, no me metí en ningún partido ni en ninguna agrupación. Fueron tiempos muy duros, y ella era lo más importante para mí.
Mamá nos dejó físicamente un 23 de Octubre de 2009. Se fue, y me quedé con un vacío inmenso.
Pero también me dejó algo que jamás podrá apagarse… su fuego. Mi madre fue una luchadora toda su vida. Lucho de chica para llevar el pan a la casa. Lucho luego para que no nos faltara la comida, se endeudó para que sus hijos tuvieran casa y estudio y finalmente peleo hasta el último día contra un cáncer de mama que no le tuvo piedad.
¿Por qué militás? Me preguntaron. Una y mil veces. ¿Qué te lleva a militar? ¿Qué te motiva? La pregunta se repite en cada persona que se entera de mi actividad. Lo más lindo, lo más interesante, es esa cara de preocupación con la que te miran. Lo más triste, supongo, la suspicacia de quien cree que te pagan por hacerlo. Pero bueno.
Les conté como te mira la gente cuando te pregunta esas cosas. Lo que no les conté es que mi mirada tiene el fuego de mi vieja. Lo que no les conté es que tengo la fuerza que ella tuvo siempre, el amor que siempre demostró por los más humildes, el respeto que siempre pregonó por los ancianos.
¿Por qué milito? Porque sueño con un país como el que soñaba ella. Un país en donde a ningún pibe de la Argentina le falte su platito de comida. Porque el miedo que generaron no va a poder con el amor que pregonamos. Porque es necesario levantarse y dar una mano. Porque se necesita de la solidaridad, del amor, de la contención.
Milito porque quiero que cuando ella me mire desde el cielo, aunque se enoje un poquito porque no le hice caso, sepa que soy terco y caprichoso como ella, y que desde mi humilde lugar, pude transformar un poquito la realidad de los que me rodean. Milito porque quiero ver en la sonrisa de los más humildes, su sonrisa.
Esa pícara sonrisa de quien siempre supo, que su chiquito no se iba a quedar en casa.
Manu Stasi
Hermosas palabras.. realmente me conmovieron..
ResponderEliminarestoy laburando en uno de los mejores hoteles en miami por un tiempo largo y me pone contenta saber que la gente ama militar como cuando yo lo hacia en su momento.. espero pronto volver a Buenos Aires para seguir con lo que siempre hacia. Saludos!!