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de Marzo de 1973: Un jalón en la larga
disputa por la hegemonía política y el predominio económico
A lo largo de
nuestra historia pocas veces los sectores dominantes de la Argentina se
sintieron seriamente amenazados. Y menos
aún percibieron que los sectores populares pudieran imponer un
proyecto de país en el que la distribución de la riqueza se tornara más equitativa. Al contrario, estos sectores
dominantes -oligarquía, gran burguesía, sectores económicos concentrados, etc.-
lograron imponer un proyecto de país en el que sus propios intereses fueron
presentados como el interés del conjunto de los argentinos. De esta manera
lograron concentrar cada vez en menos
manos mayores porcentajes de la riqueza nacional. Así el sector pobre y medio bajo de nuestra
sociedad que en 1974 participaba del 33.6 % del ingreso nacional vio reducida
su participación a un 25.9 % en 1995.
Mientras que el 10 % más rico incrementó sus ingresos de un 28.2 % a un 37.8%
durante el mismo período. En tanto que la denominada clase alta o gran
burguesía compuesta por un 1% de la población Argentina percibía el 20 % del
ingreso nacional. Al estallar la crisis del 2001 la concentración económica en
pocas manos era aún mayor.
Claro esta que
los sectores populares resistieron esta consolidación de un país cada vez más
inequitativo, injusto y excluyente. El peronismo mismo fue la resultante del
intento más serio de los sectores populares de disputar a fondo el poder en la
Argentina. Durante su primera experiencia de gobierno, el peronismo no solo logró imponer una nueva hegemonía política sino que también avanzó sobre el predominio económico de los sectores
económicos dominantes, distribuyendo la riqueza generada con un sentido de
equidad y justicia como nunca antes se había logrado. Sus tres banderas:
Justicia Social, Soberanía Política e Independencia Económica no solo que se
transformaron en la más acabada síntesis de su doctrina, sino también en parte
constitutiva de la cultura política de los argentinos. Y allí radica quizás su
persistencia como el movimiento político argentino mayoritario a pesar de que
parte de su dirigencia traicionó y atentó contra los intereses populares en más
de una oportunidad.
Pero la
Argentina en la que los únicos privilegiados debían ser los niños, no duró
demasiado y el derrocamiento del peronismo en 1955 nos retrotrajo a la imagen
de un país dependiente del capital imperialista enraizado en la estructura
productiva argentina. La consigna liberación o dependencia desplegada en los
años 60 y 70 nos planteó una vez más el antagonismo entre dos alianzas de
clases: una liderada por la gran burguesía argentina aliada al capital
imperialista, y la otra liderada por los
trabajadores y una pequeña burguesía empobrecida, a la que se le sumarían
cientos de miles de jóvenes y crecientes
sectores de la clase media. Y si
bien cada uno de estos polos enfrentados tuvo la suficiente energía como para
vetar los proyectos elaborados por el
otro, ninguno logró reunir las fuerzas necesarias para transformarse en hegemónico
y dirigir el país durante un lapso de tiempo prolongado. En ese marco y tras
algunos gobiernos democráticos y varios golpes de estado, el proceso político y
social argentino desembocó en las elecciones del 11 de marzo de 1973. En esta
jornada el capital oligárquico-imperialista de característica monopolista sufrió
una rotunda derrota a manos de la peor coalición posible para sus intereses. El
bloque que se instaló en el Estado, de la mano del peronismo, pasó a ser liderado por fuerzas representativas
de la burguesía no monopolista, por la burocracia política y sindical y otras
organizaciones representativas del capital nacional, en coexistencia con
fuerzas de tendencias socialistas. El desafío para aquel gobierno fue
transformarse en poder y poner en marcha la reversión del avanzado proceso de
dependencia económica por el que atravesaba el país. Pero la respuesta no se hizo esperar, y el 24 de
marzo de 1976 -con el preludio del accionar de la triple A- la dictadura cívico-militar más sangrienta y regresiva
de nuestra historia sentó las bases del neoliberalismo que asolaría al país. Lo que siguió todavía esta fresco, entre 1980
y 1990 el porcentaje de población pobre se duplicó, mientras que entre
1990-2001 se cuadriplicó, alcanzando en el año 2002 al 49,7 % de la población.
Muchos más pobres cada vez más pobres, desindustrialización y extranjerización
de la economía y una desigualdad sin precedentes fue el resultado del sistema
económico, político y social implementado.
Volver a
enfrentar ese proceso de oligarquización
bajo ropajes democráticos no fue tarea sencilla. La lucha en las calles y los
empecinados de Néstor Kirchnner y
Cristina nos marcaron y marcan el camino.
Gerardo Russo
Pte. Partido
Justicialista Villa María
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